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viernes, 26 de septiembre de 2014

Ecos de la Victoria

En el decreto revolucionario del 20 de octubre de 1812, después del triunfo, Belgrano expresaba: Tucumán más que ningún otro estado argentino, debe manifestar la pureza de su civismo. Porque si en las horas de incertidumbre, en los momentos preñados de tempestades, mientras las demás provincias sólo juntaban las manos para aplaudir el esfuerzo y la constancia, el tesón y el patriotismo de este pueblo noble, siempre entero en las horas de peligro, altivo en los instantes en que la gloria reclamaba la abnegación de sus hijos, Tucumán daba a la República el ejemplo auténtico de las convicciones . 


En su Ensayo de 1882, Paul Groussac recuerda que aquel día Belgrano, con la serenidad y rapidez del que ya siente que se ha vuelto un hombre del destino, toma su pequeño y mal armado ejército y sale al campo transfigurado, como si un anuncio misterioso le asegurara que va a fijar la suerte de la patria. Sí, ese hombre fue grande en aquel día, escribe Groussac. Lo que aconteció aquí el 24 de setiembre, fue la lucha decisiva, el encuentro estrepitoso de dos ideas. Se vio la espada de la Conquista estrellarse en el escudo de la Libertad. En resumen, lo que engrandece a Belgrano no es un plan estratégico que no pudo preparar maduramente, sino la fe que tuvo en la idea cobijada debajo de esa bandera flamante, que iba a estrenarse en la batalla. De ese modo, la batalla del 24 de setiembre es algo más que un glorioso hecho de armas: es la toma de posesión del continente sudamericano por la revolución. Es el primer día de la hégira republicana. Porque desde entonces, la independencia argentina se volvió un hecho indestructible: los patriotas conocieron su fuerza y los realistas su debilidad. La batalla de Tucumán es el primer canto de la epopeya que, desde Panamá hasta Buenos Aires, escribirán con su espada Belgrano, Bolívar y San Martín. Ella no anuncia un general de genio a los pueblos del Plata, sino una nación de fibra y valor a sus hermanas del continente .



La victoria de Tucumán y su consecuencia, el triunfo de Salta, son las dos únicas batallas campales que se libraron en el actual territorio argentino, durante la guerra de la independencia. La de Tucumán fue fundamental para la gesta pues se detuvo el avance realista. Sin ese hecho, las consecuencias habrían sido otras, la mitad de nuestro territorio hubiera sido dominado por los españoles, como prolongación del control del Alto Perú, que ya ejercían tras el desastre de Huaqui. Hubieran podido conectarse los centros realistas altoperuanos con los de Montevideo, cortando en dos los territorios del antiguo virreinato. 



En esas condiciones, es forzoso pensar que difícilmente se habría declarado la independencia en 1816, como tampoco armarse la posterior campaña libertadora de San Martín. 
Sin duda, la liberación estaba en el alma de los pueblos y se habría logrado finalmente. Pero sin el triunfo del 24 de septiembre hubiera costado muchos más años y mucha más sangre.




Fuente: José María Posse. "Tucumanos en la Batalla de Tucumán" Tucumán 2012.-

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